Escritor y poeta colombiano. Sitio oficial.

DECIDIR LA MUERTE

Decidir la muerte | Hernán Urbina Joiro – Opinión

El individuo debe aspirar a su autodeterminación, a tomar partido por sí mismo, desde sus adentros, no decidido desde afuera.

La reglamentación de la eutanasia y el suicidio asistido, si busca que el individuo asuma sus libertades, es un rotundo avance que, de todas formas, genera desafíos en una región en vías de mejorar el vigor de la justicia, su capacidad de hacer auténticas reflexiones en torno a la dignidad humana, sobre la valía de la vida misma.

El derecho a morir, como el derecho a vivir, parecen incontrovertibles. La reglamentación de la muerte decidida por otros, es la cuestión.

El grueso del público confunde la simple voz «eutanasia» con la suspensión de los elementos que mantienen artificialmente los signos vitales, y que algunos asimilan a eutanasia pasiva. Pero el asunto es que desde finales el siglo XIX, la eutanasia activa —la que se más se promueve en la actualidad— consiste en administrar una sustancia para interrumpir la vida de alguien que así lo pide porque aqueja los sufrimientos de una enfermedad incurable. No es nada nuevo.

Mas, en estos tiempos, tanto en lo ético como en lo jurídico, tiene implicaciones, y de no debatirse claro surgirían las primeras nieblas: Podría volverse impreciso el límite de hasta dónde es «legítimo» matar. ¿Es «menos asesino» quien mata a un delincuente o quien mata a un enfermo que no pide morirse?

La distanasia, ese afán mórbido de familiares y médicos de aferrarse a una persona que ya dejó de serlo, sin posibilidades de recuperación, no tiene sentido, al menos humanitario, como lo perdió el viejo pronunciamiento de que una enfermedad dolorosa es una razón válida para un «buen morir».

Ha pasado mucha arena por esos relojes. La distanasia, como la aplicación ligera de la eutanasia activa, son indignas, y no hay que desdeñar que la eutanasia pasiva hoy cuenta con mejores recursos. Frank Kafka, dolorido, le exigió a su médico inyectarle una dosis mortal de morfina, y al verlo vacilante le escribió: «Máteme, si no, será un asesino». Pero, la analgesia ha mejorado muchísimo después de Kafka.

La eutanasia activa parece tener un lugar indiscutido en los pacientes terminales que la piden. Lo es menos claro en personas con «dolencias o situaciones no soportables». Inquieta que de la extinción de los enfermos terminales al exterminio de personas «incómodas» o por intereses viciados, pueda haber sólo un paso.

En Holanda, la Ley de 2002 que hizo legal la eutanasia activa, no sólo elevó los registros en casi un 50%, sino que indujo a sospechar a los ancianos que sus médicos y familiares disponían de sus vidas al antojo. Muchos abuelos holandeses escaparon a los asilos de Alemania.

Un correctivo podría ser el mismo holandés; allí la eutanasia activa sigue siendo delito con cárcel de hasta 12 años, si no se realiza de acuerdo a las exigencias.

El debate tiene que ir más allá de las cuestiones religiosas y debe descubrir los puntos sustanciales. Por el mundo se palpa cierto afán de instituir, de proveer la muerte a aquel que es un «problema», atendiendo a su supuesto deseo de morir. Si está inconsciente, ¿cómo saberlo, infalible?

El suicidio implica una acción reservada de la persona, su última intervención. No es claro que el suicidio asistido en paciente sin enfermedad terminal deba volverse un servicio estatal, tan simple como la píldora anticonceptiva del siguiente día.

Inmolarse deriva, en últimas, de una reflexión, si se quiere, ética del individuo, que no necesita consultarla con la sociedad. En lo colectivo, proponer en países desangrados y, de por sí, suicidas, un «programa estatal de inmolaciones» es, por lo menos, un desatino.

La eutanasia activa a pacientes sin ninguna opción de vida digna puede ser un acto de humanidad. La ejecución de alguien que no se atreve a asumir su individualidad parece un despropósito.

El médico que reconoce los primeros pálpitos del que llega, también confirma los últimos latidos del que se va e incluso le acompaña al portal sin colocarle trabas, pero debe precisarse hasta qué punto debe decidir su muerte, sobre todo si el mismo paciente no puede decir.

Resolver morirse por eutanasia es una opción, un ejercicio de la libertad. El debate en Colombia indicará qué tan preparados están nuestros países frente a un tema hasta ahora sólo legislado en menos de diez países en el mundo.

Cartagena de Indias, 27 de agoto de 2008.

Decidir la muerte | Hernán Urbina Joiro – Opinión

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Hérnan Urbina Joiro

Hérnan Urbina Joiro

Escritor y humanista colombiano.